Su escepticismo hacía sombra a lo que vagamente ella deseaba creer: que aquella canción hubiese sido escrita en aquel momento en el que él no había podido evitar pensar en ella. Con un cigarro en la boca y el humo dibujando su presencia, sus dedos se posaban sobre la cuerdas y su voz escupía palabras inconscientemente. Todo su ser se encontraba en esa habitación, en la que él solía componer sus canciones. No era amor, pero sí un deseo incontrolable.
O eso al menos, era lo que ella, vagamente, deseaba creer.
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