Sandeces. No iba a escuchar lo que ella tuviera que decirle. Su rabia, su odio, y su dolor eran más fuertes que su respeto por la vida. Al menos por la vida ajena. Se levantó temprano. Era viernes. Al incorporase, Naia se despertó. "¿Adónde vas?" La pregunta no era necesaria. Ella sabía perfectamente cuáles habían sido las órdenes. Josu debía obedecerlas, no porque pensara que era una obligación, si no porque tenía la convicción de que lo que debía hacer era lo correcto. Naia no lo creía así, pero a pesar de haber intentado convencerle de que dejara la banda, Josu quería ser parte activa de la lucha. Su pueblo debía ser liberado y todos los que pensaran lo contrario eran sus enemigos.
Las lágrimas de Naia no pudieron reprimirse y salieron a borbotones de sus bonitos ojos azules. "¡Por favor, no vayas! No es el camino. Al menos hazlo por mí." Pero ni siquiera el amor que sentía por ella iba a detenerle de lograr su meta. Cogió su arma y salió de la habitación, dejando a Naia tirada en la cama y con la respiración entrecortada.
Una vez en la calle fijo su mirada al frente. Ni siquiera saludó a Txema que pasaba por su lado con el pan recién salido del horno bajo el brazo. Su mente sólo tenía un pensamiento: su objetivo. Cuando llegó al lugar, miró su reloj. Las nueve menos cuatro. Había llegado justo a tiempo.
La puerta del portal de enfrente comenzó a abrirse. Su objetivo se disponía a salir. Josu se incorporó y salió de donde se hallaba escondido. Dio un paso tras otro, sin titubear. A medida que la distancia iba reduciéndose sacaba la pistola del bolsillo de su chaqueta y apuntaba al hombre que tenía delante.
Tres tiros. Ni uno más. Fue la orden. Tres tiros. No fueron necesarios más. El cuerpo, sin vida, cayó ante sus pies. Josu cerró los ojos y respiró hondo. Guardó la pistola y dio media vuelta. Su objetivo había sido abatido con éxito. La libertad estaba más cerca.
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