
Una a una contaba las piedras del camino. De formas diferentes y ensambladas a la perfección para dar forma, en su totalidad, a la ciudad empedrada.
Las luces la iluminaban dándole un halo de magia y romanticismo que la obligaban a no poder sentirse de otra manera. Estaba enamorada y eso era un hecho.
“Nadie te besará como lo hago yo”. Su tono denotaba seguridad, y una pizca de arrogancia. Ella rió, incrédula.
A pesar del tiempo pasado y la distancia, las recordaba, como palabras pronunciadas la noche anterior.
Y aún busca, desesperada, otros labios que la besen como lo hicieron los suyos.
A Roma y a lo que allí se quedó.