jueves, 31 de diciembre de 2009

Gritos en silencio

Anocheció. Lucía se fue a su habitación, cerró la puerta y se metió en la cama. A pesar de los esfuerzos por mantenerse despierta, el cansancio la venció. No debió pasar ni una hora cuando el ruido de la manilla, abriéndose suavemente, la despertó. Una sombra grande, amenazante y tan negra como la noche, se coló sigilosamente en la estancia, provocando que su corazón latiera a gran velocidad. La puerta se cerró. Y su inocencia se quedó allí, presa, para siempre, una vez más.

No supo discernir entre lo que estaba bien y lo que estaba mal. No supo qué hacer. Ni siquiera tuvo el valor de decir que no. ¿De qué hubiera servido? Tan sólo tenía cuatro años y eso la convertía en un ser frágil e ignorante.

Casi tres décadas después, la culpabilidad se había convertido en su mejor amiga. La introversión se había instalado y no parecía tener muchas ganas de abandonarla. El odio le corría por las venas disfrazado de sonrisa forzada y mirada esquiva. Y en su memoria, gritos en silencio.

(Publiqué y volví a esconder esta entrada... sin embargo, quiero volver a sacarla. No deseo que se quede en el olvido)

martes, 1 de diciembre de 2009

¡Corred malditas bastardas!

El ansia de escribir corre más que mis musas.
Nunca fui buena en esto.
Tengo una visión y la plasmo, sobre las teclas de este maltrecho ordenador.
O en un arrugado papel, con letra ilegible pasados cinco minutos.

Son lentas. Creo que son los genes.
Yo les animo a que corran más pero están cansadas.
Es normal, todo el día trabajando y yo obligándolas a meter horas extra.
Gratis por supuesto.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Negro sobre blanco

La oscuridad puede ser un gran refugio
en los días nublados y grises.

No tengo que cerrar los ojos para imaginarte.

Basta con mirar aquella pared,
y tu silueta se dibuja nítida.

Blanco sobre negro.
O negro sobre blanco.

jueves, 29 de octubre de 2009

Si supieras...

Si supieras cómo te recuerdan mis manos,
despertaría tu piel con instintos olvidados.

martes, 28 de julio de 2009

Recuerdos de la ciudad empedrada



Una a una contaba las piedras del camino. De formas diferentes y ensambladas a la perfección para dar forma, en su totalidad, a la ciudad empedrada.

Las luces la iluminaban dándole un halo de magia y romanticismo que la obligaban a no poder sentirse de otra manera. Estaba enamorada y eso era un hecho.

“Nadie te besará como lo hago yo”. Su tono denotaba seguridad, y una pizca de arrogancia. Ella rió, incrédula.

A pesar del tiempo pasado y la distancia, las recordaba, como palabras pronunciadas la noche anterior.

Y aún busca, desesperada, otros labios que la besen como lo hicieron los suyos.

A Roma y a lo que allí se quedó.

viernes, 19 de junio de 2009

¡No en mi nombre!

Esta mañana otra vez el lastre que nos impide crecer en este país al que amo profundamente, ha vuelto a horrorizarnos. Ha asesinado, no a un policía, sino a un vecino de toda la vida de Arrigorriaga, a un padre, un marido, un hermano, un amigo.

Esta mañana no he querido quedarme callada. Creo que los vascos, todos, de izquierda y de derecha, los abertzales y los constitucionalistas, debemos empezar a dar la cara, debemos decirle a ETA que éste no es el camino. Que su mal llamada democracia no es más que hipocresía. Que están perdiendo los valores; manchando de sangre un país hermoso; llenando de lágrimas los ojos de la mayoría de nosotros que empezamos a atrevernos a ir con la cabeza bien alta y sin miedo. Soy vasca, y estoy muy orgullosa de ello. Soy vasca, hija y nieta de inmigrantes extremeños y manchegos que vinieron en busca de un futuro mejor. Soy vasca y hoy me he sentido más vasca que nunca, más vasca que ellos que dicen luchar por su pueblo.

Esta mañana me he acordado de una canción que expresaba lo que sentía. No habla exactamente de la problemática que vivimos aquí pero sí se puede extrapolar. Hay un par de frases que dicen lo siguiente:

"No hay una piedra en el mundo que valga lo que una vida... a nadie le di permiso para matar en mi nombre!"

Las hago mías y lloro.


jueves, 18 de junio de 2009

Una año. 365 días.


Exíliate en la oscuridad de aquel rincón porque todavía me dueles. Una eternidad pensando en ti se hace eterna. Demasiadas palabras te traen de vuelta. Canciones que se acaban rayando, en silencio. Tu voz es placer doloroso o dolor placentero; tortura al fin y al cabo. Te poseo, sólo en mi locura. Otros brazos te mecen esta noche. Ahogaré tus besos en ácido. Deseo diluirte y hacerte desaparecer. No para siempre. Sí para nunca.

jueves, 30 de abril de 2009

Un instante

Portura Silenciosa, Roberto L'Hotellerie

Sentí que me faltaba el aire
cuando tus manos se posaron sobre mis pechos.
Estaban frías.
El calor de tu cuerpo contrastaba con ellas,
así como el color de tu piel con la mía.
Te posaste sobre mí, sin prisas.
Tus formas dibujaban las mías, con trazos finos y acertados.
El tic tac del reloj dejó de sonar. Minutos.
Tu sangre brotó en mi interior.
Un suspiro y...
un silencioso adiós.

martes, 14 de abril de 2009

Se ha escrito un final


“No me tires a la basura, por favor, no lo hagas”.

Y al final, después de tu tormenta, arrugada como un papel inservible sobre el que se escribieron unas cuantas notas emborronadas, ahí estoy, entre cáscaras de plátano y kleenex.

Qué triste destino para tan sinceros sentimientos.

lunes, 9 de marzo de 2009

Apología de una ciudad III. El Callejón.


A pesar de haber dormido prácticamente toda la noche, no pudo descansar. La sensación de agotamiento no había desaparecido. Jet lag le llamaban algunos. Ella lo achacó a los bultos del colchón que le habían provocado más de un hematoma en las nalgas.

Toda la casa olía a café. ¡Qué rico! Se dejó guiar por su olfato y llegó a la cocina. ¡Buenos días mami! Un reconfortante beso en la mejilla y una tacita de café solo con mucho azúcar, fueron suficientes para empezar a sentirse mejor. Cogió un trozo de pan de aire, cuyo interior era prácticamente hueco. De ahí su nombre. Se lo llevó a la boca y masticó despacio, con dificultad, regocijándose en la extraña nostalgia que sentía ahora de su vida en Europa.

¿Qué se podía hacer un domingo por la mañana en La Habana? Decidió hacerse la turista. Hacía tanto que no pisaba su tierra que no sabía ni por donde empezar. Así que se puso un vestido, un pañuelo en la cabeza y las gafas de sol. Se adentró en el barrio de Cayo Hueso y tomó rumbo a su destino: 12 del mediodía, Callejón de Hamel.

La espiritualidad se podía oler cuatro cuadras antes de llegar al lugar. A pesar de haberse convertido en reclamo turístico, la presencia de los ancestros africanos se colaba por todos los rincones de la callejuela, en la que los colores de los murales de Salvador González desbordaban las paredes queriendo comerse la ciudad. Los jembés habían empezado a sonar
, reclamando la presencia de los orishas. En una esquina, un hombre dormía junto a su bicicleta ajeno al sonido atronador de los tambores.


Un cántico saludaba a Elegguá: "
Omi tuto, ana tuto laroye, achu agogo. Echu alagguana, echu agotipongo, echu ayomamaqueño moyubaa Iyalacha, moyubao Iyabona. Quincamanche camaricu cama omo, cama ifi, cama oña cama ayare unlo ona quebofí queboada, Ochosi adegrú demata baba orisa" (Te refresco a ti que me abras el camino, con el permiso de mis padres mayares, yo toco la campana para que tu me abras la puerta, contando también con mi ángel guardián, padrino, madrina y todos los representantes del Tablero de Yoruba, salud para mi y para todos mis hijos). El alcohol se mezclaba con sudor. El negro con el blanco.

Ajena al tumulto que se formó alrededor del conjunto folclórico, comenzó a bailar al ritmo de la frenética música. Y entonces se vio expulsada fuera de su cuerpo. En lo alto observó que seguía moviéndose torpemente, como si hubiese sido poseída por un ente que no controlaba su nuevo recipiente. Sus ojos se tornaron blancos y su boca se movía entonando una oración.


De pronto la música cesó. Durante unos segundos, se sintió desorientada hasta que se percató de que había vuelto a ocupar su frágil cuerpo. Sintió un amargo sabor a alcohol en su boca y un fuerte olor a puro en sus dedos. No se reconocía. La experiencia había sobrepasado toda su capacidad de sorpresa. Nunca había sido creyente, y le costaba creer que los orishas se acercaran tanto a aquél espectáculo turístico que se celebraba todos los domigos a las 12 del mediodía en el mágico Callejón de Hamel.

(Fotos tomadas en el Callejón de Hamel, La Habana, en abril de 2005 por Nerea Altube y Oihana Barato)

domingo, 15 de febrero de 2009

Guerrilleros


Ataque: te quiero y te detesto. Me odio por hacerlo. Me digo y me desdigo. Hago, rehago y deshago; sin saber muy bien cuál de las tres opciones es la correcta. Me extravío en un laberinto inútil de ideas ilusorias. Me quemo. Me lamo las heridas y otra vez me acerco al fuego. No acepto la rendición. Me convierto en guerrillera cercando tu razón, única defensa. Ataco, fusilo y pongo zancadillas.

Contraataque: balas de indiferencia.

Tocada y hundida.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Apología de una ciudad II. El Vedado.

La Habana en agosto de 2004

Terminó de comer. Utilizando el cansancio del viaje como excusa, se encerró en su habitación. En realidad llamarle así no era más que una forma "a la europea" de ponerle nombre a ese habitáculo de dos metros cuadrados, separado del resto de la vivienda por una fina y raída cortina, donde sólo cabía una cama con el colchón repleto de bultos, una silla y dos viejos posters pegados a la pared. Intentó echar una cabezadita. Sin embargo, comenzó a dolerle todo el cuerpo, que ya estaba echando demasiado de menos su cómoda cama al otro lado del Atlántico. ¡Qué pronto se acostumbra una a lo bueno!, pensó.

Salió de casa. Su puerta daba a la vieja cochera de una casona señorial de las tantas que poblaban su barrio. Observó que se habían construido otros dos apartamentos encima del de su vecina. Debían ser sus hijos que se habían "independizado". En total diez apartamentos, uno al lado de otro, uno encima de otro, en el pequeño patio interior junto a la casa que debía estar divida en otros diez apartamentos más. Ésta era la cruda realidad de su ciudad, de su Habana, que veía aumentar su problema de superpoblación año tras año.

Una vez en la calle, intentó caminar sin mirar al suelo, como acostumbraba a hacerlo. Sin embargo, fue misión imposible. Las enormes raíces de los árboles que habían sido plantados en plena acera, pujaban por ver la luz, creando grietas y desniveles a lo largo de todo el camino. Prefirió bajar a la calzada, para no correr el riesgo de tropezar.

Una vez en la Avenida de los Presidentes o G, como se le llamaba habitualmente, pudo ver por fin, a lo lejos, el malecón. Aceleró el paso. José Miguel Gómez, Salvador Allende, Benito Juárez, Simón Bolívar. Sus piernas corrían y su nerviosismo aumentaba. El mar se veía diferente en esta parte del mundo. El mar se veía más hermoso desde el Malecón de La Habana.

Torpemente se encaramó al muro. Había llegado justo a tiempo. El gran astro rojo rozaba ya el horizonte. La melancolía se adueñó de la ciudad. Los ojos se llenaron de lagrimas. Éstos eran los efectos secundarios de presenciar la puesta de sol más bella jamás vista.

viernes, 6 de febrero de 2009

Apología de una ciudad I. Llegada.

La Habana en marzo de 2005

Tan sólo tuvo que dar un paso fuera del avión para que un fuerte golpe de calor lograra ahogarla. Por fin, ¡había regresado a casa! Respiró profundamente, nerviosa. Los olores de su tierra eran distintos, a fruta muy dulce, a sudor, a gasolina y a vida.

La Habana podría ser muchas cosas pero sobre todo era una ciudad de contrastes. El ruido de los viejos coches americanos se mezclaba con el son; la clave y el guaguancó con los gritos en el mercado; y las piezas del dominó al que jugaban unos viejecitos en la esquina con el reguetón en el radio-casette a todo volumen de los chicos del barrio.

El blanco de las sábanas colgadas en los balcones contrastaban con las licras rosa fucsia de la mujer que caminaba despacio ante la atenta mirada de un grupo de hombres de muy diferente edad; el humo negro de las guaguas; el amarillo del sol y el verde del mar; azul, blanco y rojo.

Se sentó a la sombra de un frondoso árbol en el Paseo del Prado, junto a los leones que lo custodiaban. Deseaba observar lo que ocurría a su alrededor. Eran tantos los años que había pasado fuera de la isla que sus ojos necesitaban acostumbrarse al nuevo paisaje, que por otro lado seguía siendo igual. Para La Habana los años pasaban como si nada. Tal vez una nueva grieta en la fachada de un edificio y poco más.

Un mulato pasó a su lado: "Oye linda ¿y tú de donde vienes? ¿Italia?". Sonrió y siguió su camino. ¡Cuánto tiempo había pasado! Tanto que ni sus coterráneos podían reconocer su aún latente cubanía. Se sentía una extranjera en su propia tierra.

Con ese pensamiento tomó rumbo a la casa donde nació, donde creció. Su madre estaría esperándola impaciente. "¡Qué delgada tú estás!". Sería lo primero que le diría. Y a continuación le serviría un buen plato de arroz congrí. Mientras comía y se deleitaba en el retorno a los sabores de su infancia, la voz melosa de su madre le narraba todos los chismes del barrio.

Lo había echado de menos.

domingo, 1 de febrero de 2009

Confesiones


Guardo tantas cosas en la cabeza que mis dedos no son capaces de seguir el ritmo. Me duelen las palabras. Todos los días siento deseos de clausurar este blog. Me aburro de mí misma. Todo el tiempo escribiendo sobre lo mismo: tú (quienquiera que seas), yo, te quiero, yo no, te sigo queriendo, silencio, y así hasta que me doy por vencida, corto y cambio. Sufro por deporte. Aun teniendo motivos para ser feliz, me torturo. Qué curioso ¿verdad?

En estos momentos, aquella pregunta que alguien, a quien quise mucho por poco tiempo, me hizo una vez cobra sentido: "¿Quién te ha hecho tanto daño?". Y he encontrado la respuesta: "Yo misma". Sí. He sido yo aferrándome a recuerdos, imaginarios a veces; a personas que me olvidaron; a amigos que de repente se fueron con un adiós unilateral dejándome huérfana; a hombres que me quisieron durante dos horas y me abandonaron después; al amor y todo lo que de él esperamos, cuya existencia es una mera quimera, o una enajenación momentánea... Es imperante desprenderse de los apegos.

Una y otra vez me repito a mí misma que no voy a tropezar con la misma piedra. No aprendo. Una vez que alguien logra quitarme la armadura ya estoy perdida. No se puede ser tan buena. Ni tan buena ni tan generosa. A menudo pienso que cuanto más doy, mejor se sentirá la otra persona conmigo. Sin embargo, poco influye. El amor se siento o no se siente (como escribí una vez)... el amor, la amistad, el cariño, la complicidad,... Cuando uno es capaz de dar la espalda a todo esto de la noche a la mañana sin miramientos, es que antes tampoco lo sentía. Y ahí acaba matándome. Tanto esfuerzo ¿para qué? Se me gastan las caricias, los besos, los ánimos. Como consecuencia, el próximo amigo que me ofrezca su mano, el próximo hombre que desee lo que soy, obtendrá un trocito más pequeño de mí. O tal vez no. Quizá vuelva a caer en el mismo error, y vuelva a sufrir.

lunes, 26 de enero de 2009

Ya, no


Ya no sabré a que saben tus besos al amanecer. No sabré cómo acarician, inconscientemente, tus manos mientras duermes; si tu respiración acompañará a la mía.

Ya no podré rodearte con mi brazo derecho; ni mi cuerpo se acoplará al tuyo para darte calor en estas frías noches de invierno.

Ya no podré darte un beso de buenas noches; ni te escucharé cantar en la madrugada, cuando ni tú ni yo podamos conciliar el sueño.

Ya no podré tatuarme tus labios sobre mis pechos; ni podrán mis dedos perderse en tu pelo.

Ya, no.

Las cartas han sido contundentes. ¡Olvídalo! Mierda, nunca deseé tanto no creer en estas cosas.

viernes, 23 de enero de 2009

Un paseo por La Habana


Adentrarse en Centro Habana te descubre una ciudad que nada tiene que ver con las zonas más turísticas de la ciudad. A contraluz, las calles se oscurecen y es difícil saber por dónde ilumina el sol. El colorido, en las mayas de las mujeres. La luz, en las sábanas blancas colgadas de algunos balcones.

Para ilustrarlo he elegido una canción de Gerardo Alfonso, mítica, atemporal, hermosa por su letra y su melodía. Es capaz de transportarte allí, a la ciudad de los contrastes, como yo la llamo, tan sólo con el sonido de la clave al principio de la canción.

jueves, 22 de enero de 2009

¿Quién te ha hecho tanto daño?

De Blogger


Desnudo frente al espejo te acercaste a mí, me besaste suavemente en la mejilla y dijiste: “Mira, parecemos un anuncio de Benetton”.
Sonreí, con timidez. Y la imagen se grabó en mi memoria.
Tu pelo enmarañado.
Mis ojeras. El maquillaje corrido.
Brazos entrelazados. Labios a medio saciar.

En ese momento no me pareciste tan guapo. Algo me decía que no me ibas a amar como yo esperaba.

Tumbados de nuevo en la cama, tus dedos pasaban una y otra vez por la fina línea de la luna tatuada en mi espalda. “¿Quién te ha hecho tanto daño?”. No pude responder.

Tu boca se abalanzó sobre la mía. Tus manos se perdieron en mi cuerpo. Acepté tu ímpetu. Hubiera escrito los versos más hermosos aquella noche.

miércoles, 14 de enero de 2009

Verano vs invierno


Gritó. Su rostro enrojeció de golpe convirtiéndose en fiel reflejo del calor que sufría por dentro. Calor de rabia, calor de odio. Sus manos se adentraron en su propia cabellera, se cerraron y comenzaron a tirar. Seguía gritando. Deseaba que la oyese, que fuera consciente del dolor que le había causado… pero él, lejano a todo sentimiento ajeno, le había dado la espalda. Rechazó el abrazo que ella le quiso dar una vez, la luz que siguió ofreciéndole, día tras día, hasta que sus fuerzas menguaron y su corazón se congeló.

La nieve caída aquella mañana presagió la muerte anunciada de la niña que pretendió su amor bajo la luna estival. Debía aceptarlo, junio había dado paso a enero,… y otras manos eran dueñas de su recién estrenado cuerpo en libertad.

domingo, 11 de enero de 2009

Fin

Una puerta que se cierra.
Un corazón que se rompe.
Una vida que sigue.
Unos labios que se cierran.
Una lágrima que resbala.
Una mirada que se aparta.
Unos pies que se alejan.

viernes, 9 de enero de 2009

... vacío

Caja Vacía, de Jorge Oteiza


Vacío.
No hay palabras.
De repente se fue, mi musa digo.
Sería un hombre, seguro.
Siempre se van cuando menos lo esperas.
Cuando más los necesitas.
Cuando más los quieres.

Vacío.
Hoy ha nevado.
En la calle. En mi corazón.
Incoloro. Sin sentimientos.