viernes, 28 de marzo de 2008

¿Por qué?

¿Por qué si me asomo a la ventana sólo veo la lluvia caer?
¿Por qué al mirar al lado contrario aquel rincón parece estar tan oscuro?
¿Por qué camino por las calles vacías sin rumbo?
¿Por qué mi imagen en el espejo se desvanece?
¿Por qué no puedo dejar de pensar en ti?

La liberación

Sandeces. No iba a escuchar lo que ella tuviera que decirle. Su rabia, su odio, y su dolor eran más fuertes que su respeto por la vida. Al menos por la vida ajena. Se levantó temprano. Era viernes. Al incorporase, Naia se despertó. "¿Adónde vas?" La pregunta no era necesaria. Ella sabía perfectamente cuáles habían sido las órdenes. Josu debía obedecerlas, no porque pensara que era una obligación, si no porque tenía la convicción de que lo que debía hacer era lo correcto. Naia no lo creía así, pero a pesar de haber intentado convencerle de que dejara la banda, Josu quería ser parte activa de la lucha. Su pueblo debía ser liberado y todos los que pensaran lo contrario eran sus enemigos.

Las lágrimas de Naia no pudieron reprimirse y salieron a borbotones de sus bonitos ojos azules. "¡Por favor, no vayas! No es el camino. Al menos hazlo por mí." Pero ni siquiera el amor que sentía por ella iba a detenerle de lograr su meta. Cogió su arma y salió de la habitación, dejando a Naia tirada en la cama y con la respiración entrecortada.

Una vez en la calle fijo su mirada al frente. Ni siquiera saludó a Txema que pasaba por su lado con el pan recién salido del horno bajo el brazo. Su mente sólo tenía un pensamiento: su objetivo. Cuando llegó al lugar, miró su reloj. Las nueve menos cuatro. Había llegado justo a tiempo.

La puerta del portal de enfrente comenzó a abrirse. Su objetivo se disponía a salir. Josu se incorporó y salió de donde se hallaba escondido. Dio un paso tras otro, sin titubear. A medida que la distancia iba reduciéndose sacaba la pistola del bolsillo de su chaqueta y apuntaba al hombre que tenía delante.

Tres tiros. Ni uno más. Fue la orden. Tres tiros. No fueron necesarios más. El cuerpo, sin vida, cayó ante sus pies. Josu cerró los ojos y respiró hondo. Guardó la pistola y dio media vuelta. Su objetivo había sido abatido con éxito. La libertad estaba más cerca.

El día

El día que me vaya no se enterará nadie.
El día que todo cambie sólo lo sabré yo.
El día que lo deje todo nadie se sentirá herido.
Porque el día que yo parta, a nadie le importará.

La frontera

Sentirse culpable no era la solución, pero tampoco podía quitarse esa sensación de la cabeza. Se maldecía a sí misma por ser como era. Pero también maldecía a su madre por hacerle sentir de esa manera. Esa forma inconscientemente egoísta de llevarla a su terreno para que hiciera las cosas tal como ella las haría. Se sentía estúpida. Bien sabía que odiándola no resolvería nada, sin embargo la necesitaba, eso era innegable. Y la quería. La vuelta a su regazo una y otra vez cuando un problema aparecía era como una droga de la que deseaba desengancharse una vez su madre había pasado la invisible barrera que separaba la ayuda de la intromisión.

No podía evitarlo: la quería tanto como la odiaba. Qué extraño sentimiento.

La red

¿Qué es el amor si no un abismo? ¿Qué es el amor si no un haz de luz más allá de la oscuridad? Ella tenía miedo. ¿Y si se equivocaba de nuevo? ¿Y si no encontraba el camino? ¿Y si al tirarse al vacío y sin red se estrellaba y volvía a perder la fe en el amor?¿Y si él no la quería cómo ella esperaba? Eran tantas las preguntas que en su mente se agolpaban que las lágrimas le salían sin querer.

Se las secó, encogió los hombros y recordó algo que una amiga le había dicho días atrás: "Si no te tiras sin red, no sabrás si puedes volar".

¿Que andarás haciendo?

Me pregunto qué andarás haciendo en estos momentos mientras yo intento trabajar y mi mente no me deja. Ella sólo tiene pensamientos para ti. Una niebla, como la que se instala cada anochecer en las calles de Londres, la invade no dejando cabida a otra cosa que no seas tú.

Te imagino riendo. Me gusta tu sonrisa, tan tierna, tan tímida, tan pícara. Me derrito sólo de pensarlo. Te miro a los ojos, ésos que son capaces de atravesarme y llegar hasta lo más profundo de mi ser, sin palabras. Mi mano quiere posarse en tu mejilla. Hace tiempo que no te toca y se está olvidando de tu piel.

Qué lejos te siento. Y caigo en la locura de no saber si al regresar volveré a sentir lo mismo. Mientras, te mantengo vivo en sueños, en canciones.

La culpa

La oscuridad se cernía sobre la ciudad. Descalza, María recorría aquel callejón, segura de que al final encontraría lo que buscaba. Apenas sentía frío, a pesar de que el suelo aún estaba húmedo por la tormenta caída dos horas antes

Sus brazos caían como muertos y su cuerpo estaba encorbado. María tenía el maquillaje corrido, seguramente debido a las lágrimas derramadas. Enrique la había dejado. "No es por ti", le había dicho. Y en ese preciso segundo todo el tiempo vivido con él pasó por delante de sus ojos, como en una película. Comenzó a atar cabos y el amor se le fue de golpe. Con los ojos bien abiertos, descubrió todos sus engaños, las mentiras, el egoísmo...

El calor le invadió el cuerpo. "No, no es mi culpa", le respondió. Abrió la puerta y dejó escapar su alma. El cuerpo casi sin vida de María se fue detrás de ella, en un intento vano de recuperarla. Pero era inútil, corría demasiado.

Agotada, María decidió regresar. Para entonces, Enrique ya se había ido. La casa se quedó medio vacía. Ahora estaba sola, desalmada y sin televisión. Se sentó en el sofá y se preguntó cuándo, la muy puta, pensaba regresar