lunes, 9 de marzo de 2009

Apología de una ciudad III. El Callejón.


A pesar de haber dormido prácticamente toda la noche, no pudo descansar. La sensación de agotamiento no había desaparecido. Jet lag le llamaban algunos. Ella lo achacó a los bultos del colchón que le habían provocado más de un hematoma en las nalgas.

Toda la casa olía a café. ¡Qué rico! Se dejó guiar por su olfato y llegó a la cocina. ¡Buenos días mami! Un reconfortante beso en la mejilla y una tacita de café solo con mucho azúcar, fueron suficientes para empezar a sentirse mejor. Cogió un trozo de pan de aire, cuyo interior era prácticamente hueco. De ahí su nombre. Se lo llevó a la boca y masticó despacio, con dificultad, regocijándose en la extraña nostalgia que sentía ahora de su vida en Europa.

¿Qué se podía hacer un domingo por la mañana en La Habana? Decidió hacerse la turista. Hacía tanto que no pisaba su tierra que no sabía ni por donde empezar. Así que se puso un vestido, un pañuelo en la cabeza y las gafas de sol. Se adentró en el barrio de Cayo Hueso y tomó rumbo a su destino: 12 del mediodía, Callejón de Hamel.

La espiritualidad se podía oler cuatro cuadras antes de llegar al lugar. A pesar de haberse convertido en reclamo turístico, la presencia de los ancestros africanos se colaba por todos los rincones de la callejuela, en la que los colores de los murales de Salvador González desbordaban las paredes queriendo comerse la ciudad. Los jembés habían empezado a sonar
, reclamando la presencia de los orishas. En una esquina, un hombre dormía junto a su bicicleta ajeno al sonido atronador de los tambores.


Un cántico saludaba a Elegguá: "
Omi tuto, ana tuto laroye, achu agogo. Echu alagguana, echu agotipongo, echu ayomamaqueño moyubaa Iyalacha, moyubao Iyabona. Quincamanche camaricu cama omo, cama ifi, cama oña cama ayare unlo ona quebofí queboada, Ochosi adegrú demata baba orisa" (Te refresco a ti que me abras el camino, con el permiso de mis padres mayares, yo toco la campana para que tu me abras la puerta, contando también con mi ángel guardián, padrino, madrina y todos los representantes del Tablero de Yoruba, salud para mi y para todos mis hijos). El alcohol se mezclaba con sudor. El negro con el blanco.

Ajena al tumulto que se formó alrededor del conjunto folclórico, comenzó a bailar al ritmo de la frenética música. Y entonces se vio expulsada fuera de su cuerpo. En lo alto observó que seguía moviéndose torpemente, como si hubiese sido poseída por un ente que no controlaba su nuevo recipiente. Sus ojos se tornaron blancos y su boca se movía entonando una oración.


De pronto la música cesó. Durante unos segundos, se sintió desorientada hasta que se percató de que había vuelto a ocupar su frágil cuerpo. Sintió un amargo sabor a alcohol en su boca y un fuerte olor a puro en sus dedos. No se reconocía. La experiencia había sobrepasado toda su capacidad de sorpresa. Nunca había sido creyente, y le costaba creer que los orishas se acercaran tanto a aquél espectáculo turístico que se celebraba todos los domigos a las 12 del mediodía en el mágico Callejón de Hamel.

(Fotos tomadas en el Callejón de Hamel, La Habana, en abril de 2005 por Nerea Altube y Oihana Barato)

2 comentarios:

__ dijo...

¡Vaya paseito que nos has regalado!
No conozco Cuba y quizás haya sido por el espectáculo turístico...
Asignatura pendiente que se aprobará, seguro.
Besos, Ignacio

Unknown dijo...

Cuba tiene muchos rincones que descubrir fuera del circuito turístico. Te animo a darte una vuelta por allí. Seguro que te sorprenderá.

Un beso,
Oihana