jueves, 31 de diciembre de 2009

Gritos en silencio

Anocheció. Lucía se fue a su habitación, cerró la puerta y se metió en la cama. A pesar de los esfuerzos por mantenerse despierta, el cansancio la venció. No debió pasar ni una hora cuando el ruido de la manilla, abriéndose suavemente, la despertó. Una sombra grande, amenazante y tan negra como la noche, se coló sigilosamente en la estancia, provocando que su corazón latiera a gran velocidad. La puerta se cerró. Y su inocencia se quedó allí, presa, para siempre, una vez más.

No supo discernir entre lo que estaba bien y lo que estaba mal. No supo qué hacer. Ni siquiera tuvo el valor de decir que no. ¿De qué hubiera servido? Tan sólo tenía cuatro años y eso la convertía en un ser frágil e ignorante.

Casi tres décadas después, la culpabilidad se había convertido en su mejor amiga. La introversión se había instalado y no parecía tener muchas ganas de abandonarla. El odio le corría por las venas disfrazado de sonrisa forzada y mirada esquiva. Y en su memoria, gritos en silencio.

(Publiqué y volví a esconder esta entrada... sin embargo, quiero volver a sacarla. No deseo que se quede en el olvido)

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