viernes, 25 de abril de 2008

El tren

“Perder nunca se le dio bien” pensaba mientras miraba sus negros zapatos sentada en la estación. Los subía y los bajaba, en un pequeño balanceo. Su pelo tapaba parte de su cara. Se había convertido en un gesto consciente al que recurría cuando deseaba huir. Tampoco quería que le viesen llorar.

Un tren acababa de arribar. Ya lo había visto antes, muchas veces. Pero nunca lo había tomado. Lo observaba. Le fascinaban sus finas líneas negras, los bombillos dorados, las grandes ventanas a través de las cuales podía verse todo el interior. Aquel ruido de las ruedas rodando sobre las vías le parecía musicalmente hermoso.

Sin embargo, ella se quedaba allí sentada, una y otra vez, balanceando su frágil cuerpo, con el billete completamente arrugado en la mano y preguntándose qué es lo que le impedía levantarse, acercarse y subir… descubrir la vista desde dentro, envuelta en su calor, en su delicadeza.

Un pitido la despertó de su ensimismamiento. El tren comenzó a andar. Alzó la vista y le dijo adiós, con el corazón encogido gritando en silencio.

Tal vez ése no era su viaje, tal vez debería esperar un poco más, sin perder la esperanza, en la fría soledad de la estación. O tal vez, aquel tren no era al que se debería subir.

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